1.El problema
El cristianismo no es una filosofía, sino una doctrina de salvación. No pretende competir con los sistemas filosóficos, sino que se presenta como una doctrina revelada por Dios que tiene como objetivo salvar al ser humano. En principio, pues, filosofía y religión cristiana no tienen nada que ver; sus objetivos son diferentes y también lo son sus métodos de trabajo: la filosofía, para resolver los problemas que se plantea, utiliza la razón y admite solo aquellas afirmaciones que se imponen a la mente, mientras que las afirmaciones del cristianismo se apoyan en el valor de la palabra de Dios y su aceptación se hace por la fe. Es cierto que en el cristianismo se utiliza también la razón, pero es para comprender mejor la fe, para profundizar en la palabra de Dios: en esto consiste la teología.
Sin embargo, la doctrina cristiana incluye una serie de afirmaciones sobre asuntos que desde que surgió la filosofía han sido objeto de reflexión por parte de los filósofos: en ella, por ejemplo, se da un sentido al ser humano- problema central de la filosofía-, se habla del alma, del mundo, de Dios…
Y aquí es donde surge el problema de las relaciones entre la religión y la filosofía, o entre la razón y la fe. Si una persona es creyente ¿puede dedicarse a la filosofía o no tiene sentido que lo haga? Si por su fe sabe la respuesta a los problemas fundamentales que se plantea la filosofía ¿tiene sentido que se los plantee? Y si lo hace y la razón le da una respuesta diferente a la de su fe ¿qué tiene que hacer?, ¿tiene que abandonar su fe o tiene que renunciar a su razón?
2.Soluciones
El problema de las relaciones entre la razón y la fe- o entre la filosofía y la religión-, es un problema que se ha planteado y se plantea siempre que existan personas creyentes, cristianas o de cualquier otra religión y, de hecho, es uno de los más importantes de la Edad Media. Ante él se pueden adoptar dos posturas: una conciliadora- la mayoritaria a lo largo de la filosofía medieval- y que, aunque con matices diferenciados, defiende que el esfuerzo racional es compatible con la fe, e incluso que la fe exige ese esfuerzo racional para ser una fe adulta, y otra de oposición, que sostiene que la actividad racional destruye la fe.
Las dos posturas se encuentran ya prefiguradas en un personaje de gran influencia en los primeros años del cristianismo: Pablo de Tarso. En los Hechos de los Apóstoles (17, 16-34) al narrar su estancia en Atenas, describe cómo se esfuerza por vincular el mensaje cristiano con las supuestas creencias del auditorio pagano y presenta la “buena nueva” no como una ruptura, sino como complemento y perfeccionamiento de lo que la filosofía helenista había dicho sobre Dios: “Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar”.
Sin embargo, el rechazo de su doctrina llevó a Pablo de Tarso a adoptar ante el tema de las relaciones entre la fe y la razón una posición totalmente distinta: “Tened cuidado de no encontraros con alguien que os desoriente con discursos capciosos de la Filosofía siguiendo una tradición humana que sigue los hábitos mundanos y no a Cristo” (Colosenses, 2, 2-4). “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el letrado?...¿No ha hecho Dios necedad la sabiduría de este mundo?...Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados, ya sean judíos, ya sean griegos”. (I Corintios, 1, 18-22). Más adelante, añade: “Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me aprecié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado… Mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana… para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los seres humanos sino en el poder de Dios” (I Corintios, 2, 1-5)
(AA.VV. Historia de la Filosofía. Bachillerato 02. Editorial Edelvives Bachillerato Laberinto. Zaragoza. 2016)