En el siglo XVI era difícil delimitar el ámbito de las ciencias naturales y el de la práctica alquímica o la reflexión mágico-astrológica. Durante el Renacimiento reaparecieron ideas neoplatónicas fusionadas con teorías precedentes de la cábala, la tradición hermética, la magia y la astrología.

Aunque parezca extraño algunas teorías de estas doctrinas influyeron en la creación de las ciencias modernas. Por ejemplo, el Dios que hace geometría del neopitagorismo, el culto neoplatónico y hermético al Sol o la noción neoplatónica de la armonía de las esferas.

Todas las disciplinas de esta época tenían su contrapartida ocultista, como afirman Reale y Antiseri: “no se puede negar el peso relevante que ejerció el pensamiento mágico-hermético incluso en los exponentes más representativos de la revolución científica”.

 

1. La alquimia y la química.

Algunas de las principales contribuciones de los árabes a la ciencia occidental fueron la alquimia, la magia y la astrología. La idea principal, arraigada en el mundo árabe y que se transmitió a los pensadores europeos, era que se podía adquirir un conocimiento que diera dominio sobre la naturaleza.

El origen de la alquimia parece remontarse a los trabajadores egipcios del metal unido a las teorías sobre la materia de los gnósticos y neoplatónicos alejandrinos, que eran aristotélicos, además de a la concepción de la materia primera que aparece en el Timeo de Platón. Los primeros alquimistas, en el siglo II, combinaron prácticas de laboratorio utilizando diversos aparatos con explicaciones simbólicas del mundo y la creencia en la acción a distancia, el influjo de los astros en el mundo terrestre o los poderes de los números. Estas ideas se asentaron en el siglo III y se mantuvieron hasta el siglo XVII.

No había distinción estricta entre ciencia de la naturaleza y ciencias ocultas (magia). En su Teoría del arte mágico, Al Kindi reconoce que los fenómenos físicos pueden ser producidos tanto por causas físicas como por causas ocultas.

El deseo de poder adquirir ese poder mágico impulsó a muchos a viajar desde la  Cristiandad a centros de enseñanza musulmanes de Toledo o Sicilia. En obras latinas anteriores al siglo XII ya se menciona la magia y la alquimia, peros e experimentó un notable avance después del siglo XII. Los investigadores querían encontrar la Piedra Filosofal, el “Elixir de la vida” o las propiedades mágicas de animales y plantas.

Posteriormente, la búsqueda de los alquimistas de una fórmula que les otorgara la eterna juventud o la transmutación de los metales en oro dio lugar a leyendas, como la del doctor Fausto, que les hizo adquirir mucho fama; esto produjo que prácticas que en un principio solo llevaba a cabo personas instruidas, durante los siglos XIV y XV atrajeran a todo tipo de personas.

Había una magia de origen pecaminoso, obra del demonio, y otra buena que podía producirse por efecto de ciertas virtudes ocultas de los seres naturales, de ahí la denominación de magia natural. Esta distinción fue mantenida por filósofos escolásticos como Guillermo de Auvemia y Alberto Magno.

Roger Bacon  desarrolló una importante concepción del experimento científico y realizó la primera exposición de los fines prácticos de la ciencia a partir del deseo de dominar la naturaleza y la creencia de poderes ocultos en piedras y plantas. La práctica alquímica ayudó al desarrollo de la química más que sus especulaciones; afirma Bacon en su obra Opus Tertium: “Hay, sin embargo, otra alquimia, operativa y práctica, que enseña, gracias al arte, cómo hacer los metales nobles y los colores y muchas otras cosas mejor y más abundantes que como se dan en la naturaleza”.

Las prácticas de los alquimistas fueron transmitidas de generación en generación junto a las traducciones latinas de tratados griegos y árabes sobre tintes, pintura, fabricación de cristal, pirotecnia, medicina o metalurgia. Esta práctica empírica se concentraba en los cambios de color y apariencia más que en los cambios de masa, pero ofreció mucha información útil a la nueva química que comenzó en el siglo XVII.

2. Astrología y astronomía.

La astrología, de origen egipcio y caldeo, había estado ligada a la astronomía desde la Antigüedad. Para los hombres de los siglos XV y XVI, la astrología era una verdadera ciencia. Los astrólogos predecían la salud y el destino de las personas, también eran muy apreciados en los palacios porque escudriñaban las revueltas populares y todo lo concerniente a los monarcas, la política o las posibles guerras futuras.

Uno de los orígenes de la astrología se debe atribuir a Ptolomeo, que debió su fama como astrónomo a su libro Almagesto, pero también a su compendio de astrología el Tetrabiblos. Durante el Renacimiento tuvieron gran influencia los escritos atribuidos a Hermes Trimegistos, un compendio de textos de diferentes autores que conformaban lo que se llamó Corpus Hermeticum. En ellos se explica la correspondencia entre lo superior y lo inferior, el hombre y el universo, lo terrestre y lo celeste, la materia y el espíritu.

Marsilio Ficino, traductor del Corpus Hermeticum, creía en el paralelismo entre el microcosmos y el macrocosmos. Si el universo es un ser viviente, se produce una relación de simpatía cósmica según la cual lo que sucede en cada parte afecta al resto, está fuera de toda duda el influjo de los acontecimientos celestiales (macrocosmos) sobre los terrestres (microcosmos).

La astrología era la ciencia que predecía sucesos y la magia la que intervenía en ellos. La magia cambiaba el curso de los acontecimientos que se habían leído en el cielo, era el instrumento para intervenir en ellos, de esto dependía el prestigio y el éxito del mago o del astrólogo.

Copérnico practicó la medicina según la teoría de las influencias astrales y cuando justifica la posición central del Sol en el universo se remite a la autoridad de Hermes Trimegistos, que llama “Dios visible” al Sol.  Kepler consultaba las estrellas para tomar decisiones y sus horóscopos eran muy apreciados. Su concepción de las esferas de las estrellas tiene una clara influencia mística del neopitagorismo. En su libro Mysterium Cosmopgraphicum sostendrá: “la admirable armonía de las cosas inmóviles- el Sol, las estrellas fijas y el espacio-se corresponden con la Trinidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo”.

Incluso Galileo elaboró horóscopos en la corte de los Médicis y en el pensamiento de Newton están presentes el hermetismo y la alquimia.

En el Renacimiento, la alquimia y las ciencias naturales, la astrología y la astronomía interactuaban estrechamente. Posteriormente hubo una relación directa entre el abandono de las teorías y prácticas alquímicas y mágicas, al considerarlas pseudociencias, y el avance de la ciencia moderna.

(AA. VV. La enciclopedia del estudiante. 18. Historia de la Filosofía. Editorial Santillana. Madrid. 2005)